Cuando quieres dar una sorpresa. Cuando piensas en los detalles, te esfuerzas y eres feliz pensando en la felicidad que suscitarás. Y la espera se transforma en alegría. Y luego, plof, basta una llamada, una frase inocente o un retraso para que todo salte por los aires y tú te quedes con las manos vacías..

Tengo la sospecha de que cuando me de la vuelta ya no estarás... Que cuando quiera irme tú no sujetaras mi mano diciéndome que me quede a tu lado, tengo esa sospecha desde hace un tiempo.
No tengo ni idea de lo que haré mañana, ni pasado… no se lo que quiero en un futuro, ni se lo que quiero dentro de un mes, pero se que quiero estar contigo. Con una porción de segundo soy feliz, con migajas tuyas yo puedo comer durante un buen tiempo, pero no te das cuenta, o es que quizás yo no me esfuerzo demasiado para que te des cuenta.

Creces, experimentas, aprendes, crees saber cómo funcionan las cosas, estás convencido de haber encontrado la clave que te permitirá entender y enfrentarte a todo. Pero después, cuando menos te lo esperas, cuando el equilibrio parece perfecto, cuando crees haber dado todas las respuestas o, al menos, la mayor parte de ellas, surge una nueva adivinanza. Y no sabes qué responder. Te pilla por sorpresa. Lo único que consigues entender es que el amor no te pertenece, que es ese mágico momento en que dos personas deciden a la vez vivir, saborear a fondo las cosas, soñando, cantando en el alma, sintiéndose ligeras y únicas. Sin posibilidad de razonar demasiado. Hasta que ambas lo deseen. Hasta que una de las dos se marche. Y no habrá manera, hechos o palabras que puedan hacer entrar en razón al otro. Porque el amor no responde a razones...
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